sábado, 31 de octubre de 2009

Los sentidos. El olfato.

Cayó en sus zapatillas de un salto, tachó orgullosa otro día más en el calendario cayendo el bolígrafo al suelo como de costumbre y se apresuró a la puerta, dejando atrás el aire cargado de ideas inertes e invadiéndole una ráfaga fría que le recorrió hasta el último rincón de su cuerpo, se sentía enérgica, radiante, era como si la película de su mente fuera de estreno, como si nada de lo que veía fuera lo que llevaba viendo días tras días durante su no tan corta vida, como si los espectadores fueran cada una de las personas que encontraba y de igual modo desaparecían aportándole desde un 'hola' hasta una conversación de lo más inusual.
Salió a la calle con su flequillo alborotado, soplaba el viento como hace mucho no se dejaba sentir, y traía algo que no pasaba desapercibido. Aquel olor. Era familiar, tan familiar que no le dio tiempo ni a reaccionar, llevaba tanto tiempo sin sentirle tan de cerca que necesitó sentarse y disfrutarlo apenas unos segundos, todo daba vueltas alrededor de ella, las imágenes se difuminaban. ¿Cómo es posible que un simple olor te transporte sin ni siquiera cerrar los ojos a otro lugar totalmente distinto? Una colonia, una fragancia, un perfume, el gel o incluso el simple olor de la piel desnuda eran sinónimos de personalidad, pura personalidad, se adentraban en ella activando un chip enigmático que le hacía soñar. Cada uno de estos olores tenían género y tiempo tan propios que era un acto reflejo para su mente evadirse del mundo real e imaginar. Imaginaba con mañanas, tardes y noches, con segundos horas y minutos, con conocidos medioamigos y amigos, con todo lo que en algún momento le robó, sin tono despectivo, cualquier unidad de tiempo. Esta vez, sólo había necesitado más que respirar, algo tan básico, para encender ese brillo en sus ojos...
Sentimentalismo sientiendo sentimientos.

domingo, 25 de octubre de 2009

Café con hielo

Se acercó al alféizar de la ventana acurrucándose en su enorme chaqueta de lana, se peinó imaginando sus dedos como púas del peine y se hizo su larga y graciosa trenza siempre a la derecha, miró el reloj, marcaban las siete menos dos minutos, no le gustaba madrugar pero hoy no le importaba; alcanzó del sillón de terciopelo apoyado en la esquina de aquellas cuatro paredes blancas su camiseta, olía aún a las sensaciones de anoche, y puso empeño en limpiar los cristales cubiertos de aquella neblina típica; en su taza de café hirviendo se reflejaba aún su silueta, dormía, el mundo aún giraba como el último parpadeo de anoche, entre copas de ginebra y sus brazos rodeándole. Decidió dar un sorbo, le recorrió un escalofrío, ahora lo entendía, aquello que veía no era más que
La Torre Eiffel en blanco, el amor a menos diez grados.
No era mas que enero.