viernes, 12 de marzo de 2010

Muere Miguel Delibes a sus 89 años.



Ninguno de los dos éramos sinceros pero lo fingíamos y ambos aceptábamos, de antemano, la situación. Pero las más de las veces, callábamos. Nos bastaba con mirarnos y sabernos. Nada nos importaban los silencios. Estábamos juntos y era suficiente. Cuando ella se fue todavía lo vi más claro: Aquellas sobremesas sin palabras, aquellas miradas sin proyecto, sin esperar grandes cosas de la vida eran sencillamente la felicidad. Yo buscaba en la cabeza temas de conversación que pudieran interesarla, pero me sucedía lo mismo que ante el lienzo en blanco: no se me ocurría nada. A mayor empeño, mayor ofuscación. Se lo expliqué una mañana que, como de costumbre, caminábamos cogidos de la mano: ¿Qué vamos a decirnos? Me siento feliz así, respondió ella.

jueves, 11 de marzo de 2010

Mis mañanas.

No hace tantos días desde que parece que ese cielo me llama, me arrastra hasta la ventana y hace sentarme en el alfeizar, o únicamente tumbarme sobre mis rojas sábanas sintiendo cómo el aire empieza a correr entre mi pelo enredándose en él, cerrándome los párpados con suma delicadeza y escondiéndose dentro de mi ropa. Hace que sienta que hasta la más mínima partícula de esa substancia, de vida, se apodera de mi, hace que mi otro ser vuele, vuele tan alto que no sea capaz de controlarlo, de alcanzarlo, ni siquiera se enconde, sabe que no puedo seguirlo. Las hojas de los libros pasan una tras una, siempre me gustó escucharlas y olerlas mientras las pasaba cuidadosamente al leer la última palabra impresa en cada una de ellas, tanto las nuevas , las relucientes, como aquellas tan frágiles al borde de romperse, huelen a otro mundo, huelen a libertad, a todo tipo de libertad.