jueves, 7 de octubre de 2010

Me echo de menos

No hace demasiado aún cuando creía que todo era constante, eterno, inmutable, cuando me sentía fuerte frente al viento, cuando las hojas me rozaban el cuerpo y yo era capaz de apartarlas, cuando mi paraguas imaginario me protegía de la lluvia de la mente pese a las continuas gotas cayendo desde mi empapada ropa, cuando las situaciones no eran más que inventos, buenos, malos, pero superables, cuando yo era la que siempre había sido y no había otra distinta; quizá fuera la distorsión del tiempo, el paso de las manillas del reloj sin verme a mí misma, la distancia a la que me encontraba de los misteriosos sentimientos que acechaban mi ser desde el origen de estos, quizá fuera cualquier quizá.

Todo esto es un laberinto con una entrada difusa y distorsionada que confunde y no deja avanzar, cada paso dentro de éste hace que la duda sea la protagonista, hace que mi ·yo· imagine, invente y recree contra sí mismo. Hay un freno que no me deja dar pasos, no me deja andar, una fuerza me echa hacia atrás, me coge del hombro queriendo convencerme, dice que en realidad no hay salida, que todo no es más que una ilusión vaga, que el mundo es así, colérico, enfermizo, dueño de sí mismo siendo siendo yo uno de sus subordinados, que el cielo es simple, grisáceo, que el color azul no existe en él ni los rayos de sol reflejándose sobre nosotros; únicamente quiero tomar yo la decisión, saber llegar a la salida, llegar al mundo real, al de mis sonrisas y mi querer por todo, el de mis superaciones y autoreconocimientos, el de la satisfacción por lo hecho por uno mismo.

Sin más, me echo de menos, a mi ·yo· en sí, a mi esencia, a mi idea, a mi.